martes, 8 de enero de 2008

Capítulo III.1 BARCELONA

Agosto 1998

En un e-mail que escribí a mi padre, con copia a Darko, le decía que yo deseaba ir a Costa Brava. Mis padres tienen una casita, con una vista hermosísima al mar, en un lugar que se llama Costa Brava y que queda entre Viña del Mar y Concón, al norte de Valparaíso en Chile. Darko creyó que yo hablaba del Costa Brava cerca de Barcelona y me preguntó inmediatamente si pensaba ir a visitarle. Su reacción me dio a entender que una visita de mi parte sería bien recibida, era la primera vez que tocábamos el tema y estuve feliz que fuese él el primero en hacerlo. La verdad es que la idea de conocerle de verdad me tienta mucho. Resulta que estas vacaciones, al igual que los años precedentes, estoy invitada a pasar unos días en Port la Nouvelle en casa de Yvonne, la madre de mi gran amiga Jeanne. Port la Nouvelle queda cerca de la frontera con España y la frontera está cerca de Barcelona. Es el momento de pensar seriamente en un encuentro. Parece fácil decirlo, pero de verdad sólo lo parece. Pienso que Darko es un ser complejo y temo que un encuentro desequilibre la frágil comunicación que existe entre nosotros. No es lo mismo comunicar por carta o por correo electrónico que estar frente a frente. Por esta razón yo no había ni abordado el tema. Presiento que nos va a costar hablar y que correremos el riesgo de que toda la magia de nuestra relación epistolar desaparezca como por encanto. A pesar de este temor mi deseo de conocerlo de verdad es fuertísimo.

Por otro lado, en caso de ir a Barcelona, será con Patrick o no será. No es que la idea de viajar le interese particularmente, pero como es generoso, es capaz de hacer el trayecto sólo para darme en el gusto. Que sea generoso no significa que tenga un carácter fácil, al contrario. No sólo a los Mátković les cuesta comunicar. Hay que saber llevarlo, respetar sus silencios, entender sus gestos, adivinar lo que piensa. No siempre logro hacerlo bien y ha sido así desde el día en que lo conocí. No puedo quejarme ya que fue justamente ese rasgo algo misterioso de su carácter que hizo que me interesara en él. Eso y su silueta inconfundible de fumador de pipa. Cuando lo conocí, ya era inseparable de su pipa de tabaco negro, que lo acompaña siempre como una amiga, protegiéndolo del mundo exterior, aislándolo detrás de una sutil cortina de humo.

Hasta ahora mis intercambios con Darko han sido directos, sin el temor de lo que un tercero pueda opinar. Sé que la presencia de Patrick en este encuentro, de por sí difícil, no va a simplificar en nada las cosas, ¿pero qué hacer? No es que Patrick no esté de acuerdo con lo que hago, o que yo le oculte alguna cosa, no. Simplemente actuar bajo su mirada o hablar cuando sé que él me está escuchando no es lo mismo. Su sentido del ridículo difiere fuertemente del mío y algunas actitudes mías, que a mí me parece natural tenerlas, pueden ser una verdadera tortura para él. Como muchos maridos, él se siente responsable de lo que digo o hago como si yo fuese parte de su propia persona. Evidentemente esta actitud de su parte hará que esté cohibida y complicada, ¡pura mala suerte! Si no me decido a ir a conocer a Darko este verano, y con Patrick, es posible que no lo haga nunca y siento que está escrito, que debo hacerlo. Por el momento debo comenzar por obtener que Patrick esté de acuerdo con la idea de ir a Barcelona, eso tampoco está ganado de antemano. Haré lo que pueda, en todo caso, quien nada intenta nada logra:

–Patrick, estaría feliz que cuando vengas a Port la Nouvelle aprovechemos para ir a Barcelona, me gustaría muchísimo conocer a Darko ¿Qué piensas?

–Podría ser, dile a Darko que si desea que vayamos debe reservarnos un hotel para la noche del domingo.

En realidad yo me esperaba a que Patrick rechazase la idea de ir, no lo ha hecho, no ha dicho que no. Sólo ha puesto una condición. ¡Esto ya es casi un milagro! Cuando Patrick dice algo así no hay que discutir ni preguntar. Yo podría tratar de reservar un hotel desde acá, pero Patrick ha dicho que Darko debe hacerlo como condición para que vayamos a verlo. Que así sea. Al día siguiente escribo un e-mail a Darko diciéndole que Patrick está de acuerdo para ir a Barcelona si él nos consigue un hotel para la noche del domingo 9 de agosto. Intercambiamos unas pocas líneas y quedamos en una cita telefónica. Darko debe llamarme el jueves 6 por la noche a casa de Yvonne y, en caso de haber problemas, entonces debe llamarme el viernes, entre tanto no tendré e-mail y no tendremos otra manera de comunicar.

La noche del martes 5 de agosto viajo en tren a Port la Nouvelle dejando a Patrick y a mi hijo Camille en casa de mis suegros. Justo antes de subir al tren tenemos una disputa. Cuando estoy nerviosa o apurada me cuesta aún más respetar su sensibilidad. Espero que el enojo no nos dure, si no, el viaje a Barcelona podría resultar un verdadero desastre. Con Patrick nos queremos y respetamos, pero nuestras relaciones no siempre son simples.

Yvonne es viuda y durante el año vive sola en la ciudad de Carcassonne. Durante las vacaciones abre su pequeña casa de la playa y, para la alegría de todos los que la quieren, recibe con los brazos abiertos a quien desee venir. A pesar de lo pequeña que es esa casa siempre hay un lugar donde instalar al que llegue. Yvonne es muy cariñosa y para mí es un placer enorme disfrutar del calor de su compañía y de lo agradable de su conversación. De verdad nos llevamos muy bien. No es la primera vez que voy. Sé, que como otros veranos, pasaré momentos deliciosos. La casita está a cien metros del mar y el único trabajo que tendremos será vivir en función de la playa respetando el ritmo de las comidas y del sueño de los tres pequeños hijos de Jeanne cuando ellos estén con nosotras. Jeanne está separada hace poco más de un año. Es una hermosa mujer, alegre y muy dinámica, que logra conciliar, no sé cómo, un trabajo interesante y exigente, con las tareas de ser madre ejemplar para tres hijos pequeños y llenos de vitalidad, ser dueña de casa y, como si esto fuera poco, darse tiempo para salir, viajar y divertirse. La amistad que nos une, aunque relativamente reciente, es suficientemente fuerte como para saber que podemos apoyarnos mutuamente en todo momento. Conocer a Jeanne ha sido para mí una de las mejores cosas que me han sucedido en los últimos años. Nos queremos como hermanas y es la primera vez desde que vivo en Grenoble que tengo una amiga tan cercana.

Yvonne y Jeanne siguen desde el primer día con mucho interés lo que está pasando. Conocen perfectamente mis deseos de ir a Barcelona.

–¿Vas a ir a ver a Darko?, pregunta Jeanne impaciente de tener novedades.

–No es seguro. Debo esperar un llamado suyo y él debe decirme si nos ha logrado reservar un hotel.

–¿Te llamará a casa?

–Así lo espero, si no se le olvida. Patrick llega el viernes y tengo que tener la respuesta antes de que llegue. Sé que parece absurdo, Jeanne, pero la única vez que hablamos con Darko no fue fácil. Los silencios eran interminables. Las palabras no venían.

El jueves por la noche Darko llama, muy serio, dice lo esencial, que no ha tenido tiempo de reservar el hotel, pero que me llamará el viernes. La verdad es que me cuesta dar a entender a mis amigas hasta qué punto este encuentro me inquieta. Tampoco se lo he dicho a Patrick, si se lo digo tal vez él decida anular el viaje a Barcelona. Mejor callarme.

El viernes Patrick llega con Camille. Darko vuelve a llamar ¡Qué alivio, nos tiene reservado un hotel! Le digo que llegaremos a Barcelona por la tarde del domingo, me dice que lo llamemos a la oficina cuando lleguemos, que nos esperará allí. Me parece extraño, si un pariente viniese a verme a Francia, y además en un día domingo, yo le diría de venir a casa, o le daría cita en un lugar típico en el centro de la ciudad. Bueno, nos veremos en su oficina un día domingo por la tarde.

A las dos de la tarde del domingo llegamos al hotel que Darko nos ha reservado. Antes de llamarlo vamos a la Rambla a buscar donde almorzar. Hace muchísimo calor, algo así como 35 grados. Por fin, como a eso de las cuatro de la tarde, lo llamo desde una cabina pública. Quedamos en que debemos estar a la seis en su oficina. Dice, que si tenemos suerte, su hermano Marcelo, que es muy reservado –por no decir arisco– debería venir. La idea es que venga sin saber que estaremos allí, de saberlo seguro que no vendrá, que esa es una de las razones de desear que vayamos a su oficina, que Angels, su esposa debe venir y probablemente su hermana Ana.

A pesar del calor optamos por caminar. No es la primera vez que estamos en Barcelona. Camille conoce la ciudad aún mejor que nosotros ya que ha ido varias veces en viajes de estudios. Él tiene diecisiete años y está en plena adolescencia, pasando por crisis de independencia como es propio de su edad. Ha crecido mucho en poco tiempo. Me da gusto verle. Es alto, y como es muy delgado, parece aún más grande de lo que es en realidad. De niño era muy apegado a mí. Ahora aparentemente no, pero encuentra aún normal que él esté en el centro de mis preocupaciones. Estoy segura que el hecho que mi mente esté tan ocupada con está historia de familia lo desconcierta. Es como si descubriera con inquietud que yo puedo tener una vida propia con intereses que no tienen nada que ver con mi papel de madre. En cierto modo la crisis de independencia es mutua. Él vino a Barcelona porque no tenía otra posibilidad.

Barcelona es una ciudad que se visita con placer. Entre el barrio gótico, con sus hermosos edificios y sus calles estrechas y oscuras, debido a la increíble densidad de altas casas grises pegadas unas a otras, las atrayentes plazas de diferentes épocas, el puerto y su monumento a Colón, no falta qué admirar. Caminamos sin parar a pesar del calor tórrido y de ser la peor hora del día. Me duelen los pies, tengo una sed espantosa, pero no es el momento de quejarse. Sé que tanto para Patrick como para Camille, que deben estar igual de cansados que yo, la idea de conocer a mi primo no les interesa para nada. No han dicho nada en contra, pero sé, que si han aceptado hacer el viaje sin protestar, es porque sienten que es muy importante para mí. Caminamos entre las cuatro y las cinco y media, hora a la cual nos sentamos en un café cerca de la oficina de Darko a tomar un refresco y a esperar la hora de la cita.

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