lunes, 14 de mayo de 2007

Capítulo I.3 Punta Arenas, Darko, Elías

En 1990 escribí desde Francia a mi padre rogándole que me contara algo más de mis misteriosos abuelos paternos, de cómo llegaron a Chile, de dónde venían, que quiénes eran. Respondió:

Santiago, 25 de mayo de 1990

Querida Maribel,

Mi abuelo Moisés llegó aquí con su mujer y sus 6 hijos a bordo de un buque de emigrantes desde Rusia, por allá por el año 1906 o 1907, después de la guerra entre Rusia y Japón cuando los Japoneses le sacaron la mugre a Rusia, y por supuesto, le echaron la culpa a los judíos de la derrota (algo muy frecuente en la historia). Venía también mi bisabuela (todos de la línea materna), pero a ella no le gustó nada este ambiente en el que no se respetaban los ritos judíos. Se comían cosas prohibidas, se usaba la misma loza para pescado y carne, etc. Cuando vino el terremoto de Valparaíso, creo que en 1907, consideró que este país estaba dejado de la mano de Dios, y se las arregló para regresar sola a Rusia, y de ella no se supo nunca más.

Mi abuela se llamaba María, pero yo no la alcancé a conocer. Mi abuelo era enormemente alto, delgado y de ojos verdes, con una salud de fierro. Era una especie de campesino artesano. Trabajó muchos años de vidriero y tenía un negocio en Concepción, y después en Coronel donde vivía con dos hijos solteros. Tía Chela, la única aún viva y tío Samuel. A mí me mandaron a vivir con ellos como por un año cuando tendría 6 o 7 años, de modo que conocí la zona carbonífera en mi primera infancia. El abuelo sabía hacer muchas cosas: hacía pepinillos en escabeche, sardinas saladas. Y cuanta cosa se hacía en Rusia, para conservar para los largos inviernos de Crimea, porque eran de un aldea ubicada a orillas del mar de Azov. También era empastador y siempre empastaba “El Peneca”, la famosa revista infantil que era su gran tesoro. Después, ya en Santiago y muy viejo, controlaba sus colecciones de “El Peneca” como su mayor fuente de poder con los nietos. El que se portaba mal, según sus standards, se quedaba sin el tomo de “El Peneca”. Rayar la revista era un delito mayor. El abuelo murió pobre como rata, a avanzada edad, de un cáncer a la próstata. Me recuerdo que cuando ya estaba enfermo, y bastante ciego, me confidenció una vez. “Yo no sé por qué me vienen estas cosas, si desde que murió mi mujer nunca me he metido con otra”. Él estaba convencido de que se había pescado una gonorrea...

Que esto sea como una introducción a la historia de la familia de tu padre. Puede ser que hayan otros capítulos en el futuro. Si te ha interesado, me haces comentarios y puede ser que haya otros capítulos de recuerdos dispersos. Yo ceno los miércoles en casa de tía Eldha. A veces se comenta allí cosas de la vieja familia. Especialmente cuando Eldha hace platos de los que hacía mi madre. Puede ser que de allí salgan otras historias.

Besos y abrazos para todos

Papá

En otra carta me decía:

Santiago, 5 de agosto de 1990

Querida Maribel,

Ahora, respecto de mi padre, él se vino con su hermano David, que era un poco menor, desde Londres, en el mismo barco en que se vino mi abuelo materno. Él provenía de un lugar de Rusia en la frontera con Polonia, cuyo nombre tampoco sé. En el buque de alguna manera ayudó a mi abuelo, que viajaba con una madre, mujer y cinco hijos, la mayor era mi madre que tendría 14 años. Papá desembarcó en Buenos Aires y la familia Katz siguió a Valparaíso en barco, llegando antes del terremoto de 1906, causa del regreso de la bisabuela a Rusia. Papá y tío David, después de un tiempo en Buenos Aires, se vinieron a Chile, cruzando la cordillera “a pie”, si es que me entiendes lo que es eso. En Santiago se puso a trabajar sin saber el idioma siquiera. Al poco tiempo después buscó a mamá y se casó con ella. Creo que ella no cumplía 17 años. Tuvieron negocios en Concepción, en Los Ángeles y no sé dónde más. En Los Ángeles tuvieron una tienda que terminó quemándose y ya nunca más se supo de fortunas. Terminaron en Santiago donde nací yo y Rosita, la menor de los hermanos.

Abrazos a todos

Papá

Al recibir esas cartas lamenté como nunca el hecho de vivir tan lejos y de no poder disfrutar las reuniones en casa de tía Eldha. Los habría llenado de preguntas. Lamento también que nunca conoceré el gusto de los platos que cocinaba mi abuela. Pero, lo que más me impresionó, fue lo que hizo mi tatarabuela. He meditado muchas veces en su terrible decisión de regresar. Esa decisión me parece aún más simbólica y misteriosa que la de haber dejado el país de origen.

Me quedé con esta versión de los hechos hasta 1994, año en que fui a Chile y tuve la ocasión de conversar con Tita, una prima de mi padre, y con su tía Chela. Ellas aportaron una información importante a la historia: Moisés había viajado en 1905 con su hermano Elías, un año antes que su mujer y sus hijos. Los hermanos Katz Kaplán desembarcaron en Buenos Aires y, según Tita, Moisés también atravesó la cordillera caminando. Además pude aprender, gracias a ellas, que los nombres de mi abuela Sofía y de los tíos de mi padre Samuel, Regina, Luisa (Lucha), Catalina, y Cecilia (Chela) habían sido traducidos al español: sus verdaderos nombres eran Sonia, Sahlom, Rugele, Live, Guitle y Cizel.

Ahora sé que llegaron en mayo de 1906. El terremoto al que mi padre hace alusión fue uno terrible, grado 8,3, que sacudió Valparaíso el 17 de agosto de 1906. Mi tatarabuela no tuvo suerte, en general pasan entre cincuenta y cien años sin que un terremoto así de fuerte sacuda una misma región de Chile. A ella le bastaron tres meses en Chile para recibir ese bautizo. Y un detalle: mis abuelos se casaron en 1910, Sofía tenía diecinueve años y no diecisiete como mi padre creía.

En estas pocas líneas está todo lo que he logrado saber sobre la historia de los orígenes de mi padre.

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