Dicen que las infancias felices no dejan recuerdos, la mía sí. Mi primer recuerdo es de antes de cumplir mi primer año. Mis padres recibían por primera vez un matrimonio de italianos. Recuerdo haber estado sentada en un columpio de tela colgado en el umbral entre el living y el comedor y haber sentido la alegría de tener a mis padres y a estas visitas, de gente que hablaba raro, admirando la maravilla que era yo en esa época. Bueno, todos los niños son una maravilla, pero por entonces yo lo ignoraba. Ellos hablaban raro porque eran Italianos, venían recién llegando a Punta Arenas después de haber vivido un par de años en Argentina. En esos momentos no sabíamos que se quedarían hasta siempre en Chile y que Renata sería hasta su muerte la mejor amiga de mi madre. La voz de Renata aún canta en mis oídos.
Para las grandes ocasiones encrespaban mi pelo liso con unos fierros calientes, que me parece estar viendo todavía. Gracias a esos fierros en las fotos de mis dos primeros años, tengo mi pelo negro casi tan ondulado como el de mi hermana Sonia. Ella era rubia, hermosa y tenía unos maravillosos rulos que le llegaban hasta la mitad de la espalda.
Una vez mis padres daban una fiesta y había en una pieza una enorme montaña de abrigos. Bueno, yo era pequeña, pero era verdad que había muchos abrigos. No sé si fue en esa misma fiesta, o para otra fiesta en esa época, que viví una pésima experiencia. Debo haberme portado muy mal, la cosa es que mi madre no sabía qué hacer conmigo para que no molestara más. Tía Renata –en Chile los niños dicen tío y tía a los amigos de los padres aunque éstos no tengan ningún lazo familiar– le dio la muy mala idea, para calmarme, de sumergir cierta parte de mi cuerpo en el agua fría del lavamanos del baño. Dicho y hecho. Aún recuerdo la rabia que tuve contra mi madre por haber seguido ese cruel consejo y la vergüenza que lo haya hecho sin ni siquiera cerrar la puerta del baño. Los adultos no saben que, incluso antes de los dos años, una niña tiene su pudor. El hijo mayor de Renata estaba en el corredor y contempló desde allí esta humillante escena.
A pesar de todos mis prejuicios contra una novela escrita para rendir homenaje a la familia más rica de
Aunque la realidad de la colonización de Punta Arenas no sea exactamente así, en la novela de Campos Menéndez ésta comienza de manera simbólica con un naufragio de un barco inglés. Los protagonistas de la novela son los sobrevivientes que deciden quedarse en Punta Arenas. Entre ellos se encuentran personajes de diferentes países de Europa. Uno de esos personaje es un español que representa al primer Campos Menéndez en Chile. También hay un austríaco, una polaca, dos italianos, un francés, un inglés, un portugués y otros personajes diversos y variados.
¡Qué me importa que esa novela no sea exacta!, me cuenta de mi tierra, del viento y del clima de mi querida ciudad natal de Punta Arenas.
Punta Arenas fue desde un comienzo una ciudad muy cosmopolita. Las amistades de mis padres, si no venían del extranjero, eran en general descendientes directos de ingleses, franceses, italianos, croatas, etc. Algunos pocos eran descendientes de chilenos de verdad. Los extranjeros que venían se sentían muy bien y se quedaban fácilmente. En Punta Arenas nadie era extranjero. Había chilenos-chilenos, chilenos-croatas, chilenos-franceses, etc. También había muchos chilenos-ingleses.
La mejor amiga de infancia de mi madre, tía Milka, era también de origen croata. Su marido era de familia francesa y el padre del marido, que trabajaba como ingeniero, era el cónsul de Francia en Punta Arenas. El padre había descubierto en Chile las empanadas de queso y era capaz de batir todo los records inimaginables en cantidad ingerida: lograba comer cuarenta o cincuenta seguidas. Cuando el padre murió sé que su hijo siguió con el consulado, lo que no sabría decir es si comía empanadas o no.
Cuando tenía dos años nos cambiamos al quinto piso del edificio de
Las escaleras y los ascensores del edificio de
Nuestro departamento era grande y agradable, tenía numerosas piezas y todo tipo de comodidades. A veces lo visito mentalmente, pieza por pieza, y trato de recordar todos los detalles que puedo. Los muebles del living tenían una decoración de junco en los costados. Un día, con unas tijeras en mis manos, descubrí el placer irresistible de hacer caminitos en el junco de uno de los sillones. Algo en mí decía que mi madre no iba a apreciar mi obra, pero ¿cómo explicar a un adulto que a los cuatro o cinco años la lógica de los niños no entiende las razones de los adultos? No recuerdo si mi madre se enojó o no, supongo que sí. Lo que sí recuerdo es que gocé haciéndolo y por esa sola razón me digo que la experiencia valió la pena.
De los muchos recuerdos de esa época tengo dos recuerdos de
Para mí
Mis abuelos tenían un almacén. Lo que más recuerdo del almacén son unas galletas que tenían un escarchado rosado o blanco por afuera y los gatos que andaban por las escaleras de afuera. A penas recuerdo a mi abuelo. Lo veo trabajando en su almacén, entreteniéndose jugando con un juego de dominó con el que hacía figuras que le divertía hacer caer. Lo veo en su cama tosiendo con su asma. Nicolás murió en 1957. En ese entonces nos habíamos trasladado a Iquique,
El libro de Campos Menéndez cuenta la historia de la construcción de la ciudad de Punta Arenas, de
La verdad es que Punta Arenas estaba lleno de croatas y quizás había más croatas que chilenos-chilenos. Cuando llegó