sábado, 24 de mayo de 2008

Tapa y contratapa


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Capítulo IV PORT LA NOUVELLE, IQUIQUE

De regreso a Port la Nouvelle necesité un par de días para poder salir del estado de aturdimiento en el que quedé al volver de Barcelona. El martes Patrick y Camille regresaron a Grenoble y el miércoles Jeanne partió con sus hijos a continuar sus vacaciones en casa de una amiga. Era justo lo que yo necesitaba, el oído atento de Yvonne y muchísima calma.

Estoy cansada, todo da vueltas en mi mente, no puedo dejar de pensar en mi reciente viaje, pero no es sólo eso, es todo lo que me sucede desde hace varios meses.

–Yvonne, debería escribir todo lo que me ha pasado, es demasiado y no puedo callarlo. ¿Sabes?, si fuera escritora escribiría un libro. Lo pienso, pero sin tomar la idea en serio, desde el día en que mi padre me contó lo del naufragio de Elías. No entiendo por qué me está sucediendo todo esto, pero si no lo escribo creo que me volveré loca.

–Mañana te regalaré un cuaderno para que empieces a escribir, dice Yvonne.

–¡Fantástico!, mañana mismo empiezo.

–Y cuando te ganes el premio Goncourt dirás que lo empezaste en Port la Nouvelle.

–¡Te lo prometo!

Nos reímos mucho imaginándonos años más tarde. Transformada en gran escritora enterraría mi trabajo en informática. Me dedicaría a escribir, leer y a hacer miles de cosas divertidas que antes nunca habría imaginado posibles para mí. Además, las ocasiones de estar juntas y tranquilas serían numerosas. Por supuesto que llevaría Yvonne a la televisión conmigo cuando me invitasen a presentar mis libros.

Al día siguiente no espero que Yvonne me compre un cuaderno. Voy yo misma. De verdad lo hago sin creer que escribiré más de tres páginas. Compro un pequeño cuaderno de colegial de escuela primaria, el más barato y me siento con mi primera página en blanco.

Tengo un gran dilema, no sé en qué idioma escribir. Deseo hacerlo en francés, así mis amigas y amigos podrían ir leyendo lo que quisiera mostrarles. Mi hermana Ana María habla perfectamente el francés y podría leer con facilidad y comentar lo que diga sobre la familia. Yvonne me ayudaría con su crítica “literaria” y estoy segura de que me estimularía mucho. Una de mis motivaciones de escribir es explicarles a mis amigos franceses de dónde salgo, toda esta historia que llevo a cuestas, estoy segura que más de uno estaría sorprendido. El problema es, que si escribo en francés, no podré comunicar lo que escriba a Darko, Claudette y Antonio y eso no puede ser. Patrick y mis hijos entienden el español, deberían ser capaces de leerlo con cierto esfuerzo. La decisión es difícil y, aunque siento que estaré muy sola si escribo en español, no veo otra solución que hacerlo así. Me da mucha tristeza el saber que no podré compartir mi escritura con Yvonne.

Tengo otro dilema. Mi mente está llena de historias, pero no tengo ninguna idea lo que significa ponerse a escribir, no sé qué escribir y aún menos cómo hacerlo. Por un lado está la historia de Elías y de Darko, que necesita ser escrita ahora mismo, la visita a Barcelona me ha sacudido mucho. Por otro lado, desde hace muchos años se prepara algo dentro de mí. Todo se mezcla, pero no sé por donde empezar. En mi mente llevo dos libros, dos idiomas, dos países. Mi infancia también está cortada en dos.

En Punta Arenas dejé toda la seguridad del mundo que conocía hasta entonces, dejé incluso mi calidad inestimable de hija menor. Nuestro traslado a Iquique fue un cambio muy duro para mí. Al sólo pensar en ese cambio siento una gran tristeza.

No sólo yo estaba triste, las casas tenían banderas negras a media asta por el cierre de las últimas de las oficinas salitreras que se habían convertido de un día para otro en pueblos fantasmas. El aspecto general del lugar hacía que todos los recién llegados nos sintiésemos agobiados. Fuera de las banderas negras, lo que más nos llamó la atención al llegar fue lo seco y pobre del lugar. Había algunas palmeras raquíticas, las casas eran feas y sin jardines y los cerros completamente pelados, sin ningún árbol. Llegando de los bosques verdes y de la riqueza de la Patagonia, la sequedad y pobreza de Iquique eran como un castigo. Era tan seco que cuando había un incendio no era raro que se propagara destrozando barrios enteros. A mí me tocó ver el incendio de una manzana cerca de mi casa y tener miedo de que el fuego se propagara hacia la nuestra, por suerte no fue así. Nos contaban de incendios que habían destruido siete o trece manzanas de una vez.

Los iquiqueños nos decían que no nos preocupásemos, que cuando la gente llegaba a Iquique, llegaba llorando, pero que cuando la gente se iba, se iba llorando también. Y tenían razón.

Las primeras cosas buenas que descubrimos fueron la playa y el mar.

Cuando llegamos mi madre llevaba seis meses de embarazo, era verano. En esa época las mujeres en estado interesante no iban a los balnearios. Eso no fue razón suficiente para disuadirla. Ella acababa de pasar los primeros treinta y ocho años de su vida en Punta Arenas y uno de sus sueños era gozar de una buena playa. Siguiendo con la lógica de la época no existían trajes de baño para mujeres embarazadas. Siguiendo con la lógica de mi madre, había que encontrar una solución. Mi madre tijereteó un pijama y le rogó a mi padre, que era el dueño de la prenda sacrificada, que nos llevara a una playa alejada. En Iquique faltaba de todo salvo las playas buenas y solitarias. Tengo un recuerdo maravilloso de mi madre gozando su primera inmersión en las aguas iquiqueñas. Desde entonces, ir de vacaciones a una buena playa, me cura de todas mis penas. Ninguna otra cosa tiene ese poder.

Para poder gozar las playas de Iquique era indispensable saber nadar y adaptar nuestras pieles blanquísimas al sol fuerte de esas latitudes. Mi madre se encargó de la natación y mi padre del bronceado. A pesar de sus casi cuarenta años, Anita, que no sabía nadar, aprendió a hacerlo mejor que nadie aplicando la misma técnica que había empleado veintitantos años antes para aprender a conducir. Tenía unos diecisiete o dieciocho años y soñaba con manejar. Soñaba tanto que se veía manejando el coche de mi abuelo. Se veía pasando los cambios, dando vuelta el manubrio, circulando por las calles. Se veía con precisión haciendo cada gesto. Observaba los gestos de mi abuelo cada vez que podía y después revisaba sus conocimientos en su cama, una noche después de otra. Cuando se sintió lista, sin decirle nada a nadie, tomó el automóvil de mi abuelo y salió a pasear feliz por las calles de Punta Arenas. Las lecciones de natación solas, sin esa maravillosa técnica, nunca habrían logrado realizar esa proeza. Volviendo al sol, aún escucho los consejos de mi padre. El primer día cinco minutos, el segundo diez, etc. y al cabo de un tiempo nuestra piel tomó un color dorado que no se iba de un verano a otro. Los inviernos eran cortos, íbamos a la playa entre septiembre y abril y así lo hicimos durante seis años seguidos.

Muchas veces organizábamos paseos a playas lejanas con los tíos y tías. Partíamos por el día con carpas, mesas y manteles. En esas ocasiones también gozábamos de la pesca. Mi padre amaba la pesca y a mí me encantaba pescar con él. Él con su carrete, yo con el mío. También me gustaba arrancar las lapas de las rocas y comérmelas. Él gozaba más que nadie. Había encargado por catálogo a Estados Unidos un traje de pesca submarina, el traje había llegado, pero había llegado enteramente desarmado. Tuvo que ingeniárselas como pudo para pegar los pedazos como si se tratase de un verdadero rompecabezas. El trabajo no fue perdido ya que le permitió realizar sus sueños de arponear los enormes lenguados de Playa Blanca. A mi madre nunca le ha gustado limpiar los pescados. Mi padre me lo enseñó en esa época y aún se lo agradezco. No sólo pescábamos en la playa, mi padre me llevaba algunas veces por la noche a pescar al muelle. Sacábamos camarones y me los comía vivos allí mismo.

En Iquique la comida no era la misma que en Punta Arenas. Aprendimos a comer el pescado crudo macerado en limón, como lo hacían tan bien los peruanos, el cebiche de lenguado es delicioso. Los erizos eran mi plato preferido. El mar nos daba todo tipo de productos y los oasis del desierto nos daban fruta tropical que no se conocía ni en Santiago, teníamos mangos, tumbos y guayabas. La pesca se hacía también de manera industrial. La pequeña industria de las pesqueras de anchoveta comenzó en los años cincuenta, después de la crisis del salitre. A unos cinco kilómetros al sur de Iquique había una antigua planta ballenera aún utilizada. Unos de los amigos de mis padres, tío Jorge, era responsable de esa planta. Me tocó ir a la ballenera y contemplar el espectáculo impresionante de una ballena descuartizada en plena faena. Era raro que los olores de la ballenera llegaran hasta Iquique, pero había días en que los de las pesqueras de anchoveta lo impregnaban todo.

El Pacífico simbolizaba la vida, pero también una terrible amenaza. En 1960 el sur de Chile sufrió el peor terremoto que haya tenido el planeta en el siglo XX. El terremoto del sur fue seguido de un maremoto gigantesco. Todos los fantasmas de los muertos en el Norte Grande por los dos maremotos del siglo precedente se despertaron asustando a la población. Vivíamos aterrados, con el auto cargado y listos para arrancar en caso de alerta.

Cuando llegamos a Iquique nos instalamos en una casa de la calle Vivar. Era una casa de verdad y no un piso en un edificio, la casa era en forma de U y teníamos un patio interior. Al medio del patio había una pérgola con una buganvilla y un jazmín. Nuestra casa, como todas las casas, tenía tambores con agua potable arriba de los techos. Esto era posible porque los techos eran horizontales y no inclinados como en Punta Arenas. Un techo horizontal tiene también la ventaja de permitir a los niños jugar en ellos y no nos privábamos de hacerlo. El agua era dada sólo por las mañanas y era cortada a la diez, el resto del día había que arreglárselas con la reserva. Así aprendí a dejar pasar mucho tiempo sin ducharme, pero entre los siete y los doce años eso no tiene mucha importancia. Tuvimos que resignarnos a olvidar los largos baños de tina que nos dábamos antes. El sistema para calentar el agua de la ducha era muy original y muy complicado para un niño: había un recipiente en el que se debía poner un poco de alcohol de quemar, encenderlo con una cerilla, luego lavarse muy rápido para economizar el agua y lograr terminar antes de que el alcohol se consumiera. Entiendo que mi madre no haya insistido en esos momentos en nuestra higiene. Además de la escasez de agua ella tenía otras preocupaciones. Así y todo recuerdo nuestra casa de Iquique con mucho cariño.

En 1992 fui a Chile con mi familia francesa y pudimos hacer un maravilloso viaje por tierra al Norte. Mis niños supieron así lo que es el desierto, el Valle de la Luna y bañarse en el agua caliente de las cochas del oasis de Pica. En Iquique fui a la calle Vivar y la casa estaba aún de pie. Golpeé la puerta de la que fue mi casa y me dejaron entrar. El interior de la casa había cambiado, las polillas habían devorado las planchas de madera del piso y de las persianas. Con gran emoción descubrí que lo que no había cambiado era la buganvilla y el jazmín. Tomé una flor de jazmín y me la llevé.

Mi infancia en Iquique me llena de recuerdos y de nostalgia. Me pregunto qué relación existe entre la niña que era yo en Iquique y la mujer que soy ahora y que está en estos momentos en Port la Nouvelle sentada frente a un pequeño cuaderno y pensando en la historia de Darko.

Todos dicen que las introducciones deben escribirse al final. Tengo una vaga idea de lo que querría escribir. No resisto a la tentación de escribir dos introducciones. Una sería para el libro de mi propia historia, la otra sería para una novela que contaría la historia de Darko. Imagino esta última introducción como una carta que yo escribiría a Gaviota, la famosa prima sicóloga de Darko, que crucé en su oficina, y con la que tanto quisiera poder hablar:

Port La nouvelle, 12-08-1998

Querida Gaviota,

Lo que he descubierto de la historia de la familia de Darko me recuerda un caso, que leí hace años en un libro divertido y profundo de Jeanne Van den Brouck, en el que cuenta como en una familia, durante cuatro generaciones seguidas, las madres abandonaron a sus hijas. La bisnieta, abandonada por su madre y a punto de dejar a su hija logró romper el círculo vicioso al entender lo que le pasó a su bisabuela. Así sanó del trauma del abandono a cuatro generaciones de mujeres y a toda la descendencia.

De lo poco que conozco de ti, sé que además de ser prima por el lado materno de Darko eres amiga de él y de sus hermanos. Tú eres sicóloga. Entiendo que percibes mejor que nadie el dolor que llevan a cuestas y que intentas por todos los medios encontrar alguna clave que permita abrir la prisión de silencio que los tiene encerrados desde la infancia. Ana me contó que te interesas en la sicología transgeneracional. No sé exactamente lo que eso es, pero me imagino que la lectura de esta historia podría interesarte.

En resumen, el azar ha querido que buscando mis propias raíces haya encontrado a Darko y con él la rama perdida de los descendientes de mi bisabuelo Elías. El azar e Internet han querido mucho más. Podrás comprobarlo por ti misma cuando leas mi relato. Todo ha sucedido como si una mano invisible me incitara a continuar. A veces tengo la sensación de que esta búsqueda tiene un sentido que me sobrepasa. Si creyera en lo sobrenatural te diría que alguien me está empujando con la finalidad de venir en ayuda de Darko y de sus hermanos. De verdad, aunque mi búsqueda no sea por Darko, vivo con una extraña sensación de magia desde el día en que se me ocurrió preguntar quiénes eran mis bisabuelos maternos y el cómo y el porqué de su viaje a Chile.

Los meses que han pasado desde entonces los he vivido con mucha intensidad. Los he vivido con la sensación increíble de ser un personaje dentro una novela, viviendo un capítulo después de otro, los hechos se han dado solos. Todos los elementos de una novela están presentes: la historia de la emigración croata a Chile, lugares míticos como la Patagonia de mi infancia, traumas familiares como los de los ascendientes masculinos de Darko, la magia de Internet. Ello me ha decidido a lanzarme en esta idea loca de escribir un libro y compartir mis emociones.

El capítulo actual de esta historia es mi viaje reciente a Barcelona y el encuentro tan deseado como temido con Darko. Aún no logro asimilar todo lo que ha pasado en ese encuentro. Quedé con la fuerte impresión de que todos los allá presentes, incluso tú, esperaban desde hace veinticinco años que algo o alguien les trajera la memoria y la palabra perdida. Que me tocó a mí. Que mi papel en la historia de Darko se termina, pero que el tuyo no. Por esta razón me apresuro en escribirte lo que acaba de suceder.

Espero que mi relato te interese y te divierta aún en los capítulos que nada tengan que ver con nuestros primos comunes.

Te deseo mucho éxito

un abrazo,

Maribel

Me entretengo leyendo a Yvonne lo que he escrito. La verdad es que sería divertido si yo le enviase la carta a Gaviota. No tengo su dirección y además una carta así, con el colorcito que le he puesto, va bien para un libro, pero sería completamente ridículo enviarla de verdad.

El viernes tomo el tren de regreso a casa. Hace un calor espantoso y el tren está repleto. Menos mal que había reservado un asiento. En el tren saco mi pequeño cuaderno de colegial y escribo de una tirada mi encuentro con Ana, me hace muy bien hacerlo, en cierto modo me siento más liviana, como liberada. En cuanto a mi encuentro con Darko me gustaría hacer lo mismo, pero no soy capaz ni de pensar en ello, quizás algún día lo haré. Por el momento no puedo. Me desconecto completamente de su historia y para ello vuelvo a mis recuerdos de infancia. Iquique es otro mundo, allí no hubo más familia que la de mis padres y de mis hermanos.

Iquique estaba en esa época lleno de pulgas, lo que era un suplicio para recién llegados como nosotros. Tuvimos que aprender a cazar las pulgas y eso es todo un arte. La caza de la pulga se divide en dos etapas, la captura y la destrucción. Para lograr la captura se necesita tener muy buenos ojos, muy buena luz y estar informado del hecho que una pulga se desplaza rápido sólo cuando salta y que no puede saltar si una sábana o una tela se lo impide. Se recomienda ir levantando la ropa de a poquito. En caso de ver a la pulga hay que impedirle que salte disminuyendo la apertura de la sábana o de la ropa, mojar con algo de saliva las yemas de los dedos pulgar e índice de la mano derecha (izquierda para los zurdos) y capturar el insecto entre las dos yemas. De nada sirve apretar mucho pues eso hace perder la sensibilidad de las yemas sin matar a la pulga, el animal tiene un caparazón muy sólido y muy resistente. Sin separar las yemas completamente, se abre un poquito para dejar ver parcialmente el insecto. Con la uña del dedo mayor o del índice de la otra mano se debe cortar las patas, y si se puede, cortar al animal en dos. Sólo entonces se puede volver a separar las yemas de los dedos de la mano derecha.

Dicen que en el Norte las niñas se desarrollan más rápido, pero yo no lo comprobé. Lo que sí pudimos constatar fue que la tasa de fecundidad de las puntarenenses recién llegadas aumentó notablemente y que nacieron puros varones. Mi hermano tuvo así varios amiguitos. Hablando de mi hermano no sólo se contentó de acaparar toda la atención de mi madre, siendo un varón y un bebé hermoso como el sol. Él no encontró nada mejor que caer enfermo muy grave. En 1957 una epidemia de influenza terrible asoló el planeta. Se enfermó. Su corazón, quizás demasiado lleno de tanto amor que le dimos, se puso a crecer tanto que le apretaba los pulmones y le costaba respirar. Anita se asustó mucho, pero siguió dándole mucho amor, todo el que podía darle. A pesar de eso el corazón no se le reventó. Mi tía Quela, una de las cuatro hermanas de mi padre, hizo una manda a la virgen de Lo Vásquez. A los dos años las proporciones de los órganos internos de mi hermano se normalizaron y la felicidad volvió a nuestro hogar. Una sombra sí, mi abuelo se había ido sin retorno en agosto de 1957. Mi madre no pudo hacer el viaje al entierro, porque su hijo la necesitaba.

En esos tiempos tuve que aprender a adaptarme, sin la ayuda de mi madre que estaba muy ocupada con mi hermano, a todas las cosas nuevas que me sucedían. No todo fue divertido. Llegando a Iquique fuimos a un colegio en el que se enseñaba el inglés, pero que no tenía nada en común con nuestro añorado British School de Punta Arenas. Ese cambio fue desastroso para mí. Lo fue tanto que en el colegio me bautizaron “cristalina” porque todo lo que me decían me hacía llorar, como un cristal que se quebrase de apenas tocarlo. Ana María, mi hermana mayor, que siempre había sido como una segunda madre para mí, estaba ocupada con sus estudios. Sonia me ayudó como pudo, pero como nuestras relaciones nunca han sido buenas ni fáciles, su ayuda no fue completamente eficaz. Le agradezco profundamente el esfuerzo que trató de hacer hacia mí en esos momentos. Por suerte mi madre estaba tan ocupada regaloneando a mi hermano enfermo que se le olvidó completamente inscribirnos para el año siguiente. Gracias a eso pude por fin iniciar mi vida de santa en el Colegio María Auxiliadora.

Yo había cumplido mis nueve años. A esa edad uno vive en un estado de gracia entre la niñez y el estado adulto. No creo que mi estado de gracia se debiera a mi primera comunión, ni a mi reciente confirmación con el obispo, ni a mis deseos de ser santa inculcados por Sor Angela. Era cosa de la edad. Mi estado entre dos edades me permitía, sin ser sicóloga, entender al mismo tiempo el mundo de los adultos y el mundo de mi hermano que acababa de cumplir sus dos años. Yo veía que mi hermano no era tan inocente como mis padres lo creían. Observaba cómo ellos caían en todas las trampas que les tendía para obtener todo lo que él deseaba. No es que yo estuviese celosa, lo quería mucho de verdad. Comprobé simplemente que mis pobres padres no podían acceder a cierta parte de la infancia. Mi descubrimiento sobre esa dificultad de los adultos me llevó a la conclusión de que si quería seguir entendiendo el mundo de los niños no debía olvidar mi propia infancia. Fue así que logré rescatar del olvido muchos recuerdos de mi pequeña infancia. La verdad es que, a pesar de ello, hace mucho tiempo que se terminó el estado de gracia y que pasé definitivamente al mundo de los mayores.

Una de las muchas cosas que aprendí con esas monjas fue que los judíos habían crucificado a Jesús y que por ello eran muy malos. En ese tiempo a nadie en mi familia se le había ocurrido explicarme que la familia rusa de mi padre era una familia judía.

Quise de verdad a esas monjas, que nos enseñaban a ser niñas muy buenas y a los nueve años eso me convenía. Tuve la suerte de conocer allí a Amalia, la única amiga que conservo desde mi niñez. Ella me consoló de todas mis penas y con ella jugué todo lo que se puede desear jugar entre los nueve y los trece años. El padre de Amalia era comandante de la base naval Lynch, que quedaba en una pequeña península. La hija de nueve años tenía ciertos privilegios y yo los aprovechaba con ella. El mayor de los privilegios era tener de vez en cuando, para nosotras solas, una increíble piscina natural de agua de mar en la roca. Teníamos nuestros rincones, nuestras grutas y todo lo que un niño puede desear, y yo tenía una amiga con la cual podía contar. En esa época yo ya estaba llena de preguntas existenciales sin respuestas. La mejor prueba de amistad que me daba Amalia era la de soportar escuchar mis elucubraciones filosóficas y discursos durante horas y horas.

Otra de las cosas maravillosas de vivir en Iquique era la cercanía de la Pampa del Tamarugal.

En la pampa se encuentra todo tipo de cosas extraordinarias. Un joven del equipo de mi padre encontró un hueso que le pareció ser el de un burro enorme y que resultó ser el de un megaterio, un mamífero que vivía hace diez o cien mil años. También se encontraban vestigios de la guerra del Pacífico, en casa teníamos una bayoneta recogida en alguna parte del desierto. La sequedad es tan grande que dicen que aún se encuentra cadáveres intactos, de esa guerra, pero que al tocarlos se hacen polvo. Conocer la pampa con un padre experto en paleontología, al que cada piedra le contaba sus secretos y al que cada montaña le contaba su historia, era un privilegio enorme. Además de todo eso, papá siempre ha estado enamorado de las estrellas y nos enseñaba la vía láctea con todo su esplendor. El norte de Chile tiene el cielo más claro del mundo y por ello se construyen en esa zona los telescopios más grandes y modernos de la tierra. A veces iba de paseo con él a buscar piedras y a observar fósiles. Más que aprender cosas aprendí a soñar. Es lo que menos he olvidado de todo lo que él me enseñó.

A veces íbamos de vacaciones a la quebrada de Tiliviche. En los dormitorios había claraboyas que nos permitían contemplar las estrellas antes de quedarnos dormidos. La propietaria de la casa de huéspedes, y creo que de la quebrada entera, era una mujer de avanzada edad muy alerta y divertida que quería mucho a mi padre. (Él había permitido que un pozo sísmico, perforado en su valle, y que encontró agua, quedara habilitado para resolverle un serio problema de falta de agua). Doña Dulcinea tenía un tocadiscos antiguo en el que ponía unos discos perforados y al que le daba vueltas una manivela. En las noches jugábamos a las sillas musicales y doña Dulcinea gozaba haciéndonos correr, acelerando el ritmo de la manivela. Me fascinaba recorrer la quebrada de una punta a otra, descubrir las plantaciones de pimientos y de otras plantas cuyos nombres no recuerdo. Lo que más me emocionaba era visitar el pequeño cementerio y leer las inscripciones escritas en las tumbas. Muchos de los nombres eran ingleses. He sabido últimamente que ese era el cementerio de la colonia británica en la época del auge del salitre. En todo caso, a pesar de lo histórico y de lo mágico, la ruta de la Panamericana divide ahora en dos lo que era una maravillosa quebrada. La ruta pasa justamente por el cementerio.

Fuimos un par de veces a admirar la fiesta de La Tirana. En tiempo normal La Tirana es un pueblo muerto, sin un alma, pero cada año durante tres días, culminando el día de la Virgen del Carmen, tiene lugar una increíble fiesta pagano-religiosa. Tres días con polvo, música con ritmo indio que no se detiene nunca y que sigue retumbando en nuestros oídos después de haber dejado el lugar. Hay penitentes que, con las rodillas ensangrentadas, llegan desde lejos al altar a cumplir sus mandas e hijos que cumplen, bailando o arrastrándose, las mandas prometidas por los padres, heredando mandas como otros heredan bienes terrestres. Los bailarines vienen de todas partes del norte de Chile, de Perú y de Bolivia. El origen de esa fiesta es una leyenda extraordinaria sobre una hermosísima princesa Inca o “ñusta” de los tiempos de la conquista. La llamaban “La Tirana del Tamarugal” pues hacía ejecutar sin piedad a los extranjeros que pasaban por su dominio. Ella se enamoró perdidamente de un prisionero portugués convirtiéndose por amor a la religión cristiana y renegando así sus propias reglas. Fue ejecutada con su amante por sus propios vasallos. Moribunda, logró hablarles de la religión y les hizo prometer que la enterrarían con su amado con la cruz de su bautizo sirviendo para decorar sus tumbas. Los descendientes de los vasallos siguen venerando a la ñusta convertida. Pienso que a través de ella veneran la cultura perdida y lo sagrado de la Pampa.

La Pampa es un lugar de misterio, en ella se aprende a meditar en la eternidad, en la inmensidad del cosmos, en lo pequeño que somos y en el poco tiempo que vive el hombre. Conocer la pampa siendo niño ayuda a tomar desde joven la medida justa del hombre en el universo. Meditar en ella de adulto hace comprender la medida del dolor de los pueblos autóctonos que la veneraban y amaban desde hace cientos de años y que fueron obligados a desterrarse después de ser despojados de sus tierras o dejados sin agua por el hombre venido de lejos.

En 1963 dejamos la Pampa, el Desierto y el mar de Iquique y con ellos dejé mi infancia.

martes, 8 de enero de 2008

Capítulo III.2 BARCELONA

A la seis tocamos el timbre de la oficina y Darko baja a abrirnos. Nos conocíamos por fotos enviadas a través de Internet.

–¿Darko? ¡Un beso primo!

–¡Hola Maribel!

–Te presento a Patrick y a mi hijo Camille.

–Encantado, ¿qué tal?, si desean seguirme subamos a mi oficina.

Los tres seguimos a Darko a su entresuelo. Entramos. Darko nos invita a tomar asiento. El ámbito nos es familiar a Patrick y a mí: computadoras, papeles, mesas de trabajo. Está solo, Marcelo no está, Angels no ha llegado. Tal como me lo temía Darko no habla. Si Patrick no estuviese allí, yo estaría menos cohibida. Le hablaría de nuestros intercambios, me las arreglaría de alguna manera para comunicar. Con Patrick y Camille allí no puedo, yo también estoy muda, lo único que se escucha es el ruido de los computadoras y el de un ventilador que intenta, en vano, refrescar el ambiente, hacerlo más liviano. Darko no dice nada, no se le ocurre ofrecernos ni un vaso de agua. Por suerte que ya nos relajamos en el café. La situación es aún peor que lo que me temía ¿Qué hago? La verdad es que aunque no tengo absolutamente ningún deseo de hablar de proyectos de ingeniería, ni de informática, ni de matemáticas se me ocurre que si le pregunto por el trabajo tal vez logre hacerlo hablar y además interesar a Patrick. (Con Patrick el tema del trabajo no falla nunca.) La situación me parece muy absurda, pero el silencio es realmente insoportable:

–Darko, creo haberte contado que Patrick es matemático y que se interesa mucho en las aplicaciones prácticas. Tal vez podrías contarle en qué proyectos trabajas...

¡Uf!, Darko habla un poco de uno de sus proyectos de ingeniería, Patrick hace algunas preguntas, el tiempo pasa. Camille se aburre, se impacienta, desea partir solo, irse a caminar.

Debemos esperar la improbable venida de Marcelo que no llegará, la llegada de Ana, la llegada de su esposa Angels que felizmente llega como a las siete y media. La llegada de Angels alivia la tensión, su presencia tiene un efecto parecido al de un rayo de sol que llega cuando ya nadie lo espera. Angels es sonriente, habla con una voz suave y agradable, fácilmente. Camille obtiene la autorización para partir solo. Le damos cita a las nueve en la Plaza Villa de Madrid, donde Darko ha dado cita a una prima suya, Gaviota, que debe cenar con nosotros.

Nos quedamos en la oficina para esperar la llegada o un llamado de su hermana. Ana está de vacaciones en Banyoles, a unos sesenta kilómetros al norte de Barcelona, en casa de su amiga Irene. Darko llama a casa de Irene quién dice que Ana no se siente bien, que no llegará esta noche, que no puede venir ni al teléfono. Como Banyoles queda entre la Barcelona y la frontera con Francia sugiero que sería fácil pasar a verla. Le digo a Darko, que pida a Irene, que diga a Ana que, si lo desea, podríamos pasar a verla al día siguiente. Irene dice que Ana está de acuerdo...

A las ocho y media dejamos la oficina y partimos camino a la Plaza Villa de Madrid. En el camino converso con Angels, es encantadora. Es profesora de niños pequeños con dificultad en el habla. (No resisto a la tentación de pensar que no sólo a algunos niños les sucede tener dificultades con el habla y que no es un azar que Angels sea la compañera de Darko...). Darko y Patrick caminan, no sé si cruzan alguna palabra. Después de andar una media hora llegamos al lugar de la cita. Camille nos espera, pero la prima de Darko no ha llegado. Gaviota vive en Francia, es sicóloga y está de paso en España. Darko me ha hablado de ella en sus cartas, parece tener gran estima por ella. Gaviota se interesa además en la astrología y ha hecho el horóscopo de Darko, horóscopo que Darko me envió por correo electrónico. Es extraño que Darko, siendo ingeniero, aparentemente bastante frío y racional, me haya enviado este horóscopo como algo importante.

Esperamos otra media hora. Por fin Darko se decide a ir a una cabina telefónica a llamarla. Gaviota había tratado de prevenirlo que no vendría, pero el teléfono celular de Darko estaba apagado. A las nueve y media estamos cansados de caminar, cansados de esperar y muertos de hambre. Pensábamos cenar afuera, pero todo está repleto, habría que esperar largo tiempo parados en la calle. Le ruego a Angels que busque un lugar tranquilo, lejos del bullicio, donde se pueda cenar bien, donde se pueda conversar, que nosotros los invitamos, que elija lo mejor que conozca.

Angels, que lleva bien su nombre, nos encuentra el lugar perfecto que necesitamos. Es el restaurante de un hotel, un lugar muy agradable y muy tranquilo. Nos dejamos caer en nuestras respectivas sillas, aliviados por fin de poder descansar. Me siento frente a Darko, Patrick a mi lado izquierdo frente a Angels y Camille al otro lado de Patrick. Un mozo nos trae el menú que, como siempre en Barcelona, está escrito en catalán y en castellano. Darko, que está completamente integrado, utiliza ambos idiomas indistintamente. El primer viaje que hicimos a España fue justamente a Barcelona y yo estuve sorprendida y desorientada al descubrir que la lengua principal allí era el catalán. Muchos nombres de calles y muchos letreros están escritos sólo en catalán. Barcelona es la capital de la Cataluña y los dos idiomas conviven casi a partes iguales, el idioma regional representa un fuerte signo de identidad.

Con una buena sangría y con la sed que llevamos, la tensión desaparece como por encanto. Ya era tiempo. Patrick y Camille se ven felices. Bromeamos, nos divertimos de verdad. Vaya, Darko sabe reír y le va muy bien.

–Espero que algún día vendrán a Grenoble, dice Patrick. Estoy seguro, Darko, que Angels estará feliz si la llevas a visitar los Alpes. Tenemos un chalet en la montaña en un lugar muy hermoso.

La idea de venir seduce a Angels.

–Muy agradecido, dice Darko, por el momento será muy difícil porque tengo muchísmo trabajo por delante, pero en un futuro podría ser.

El buen ambiente me anima a sacar mi máquina fotográfica y a atreverme a sacar fotos muy de cerca de Darko y de Angels. Camille nos toma una foto a todos juntos.

La cena se termina en excelentes condiciones. Para mí, el día entero ha sido una prueba muy difícil y estoy literalmente agotada. Por suerte todo ha resultado muy bien y todos parecen felices ¡me parece extraordinario! Regresamos caminando hacia el hotel, haciendo parte del camino con ellos. Quedamos en que al día siguiente debemos estar a las diez de la mañana en su oficina. Que tal vez conoceremos a su hermano Marcelo, a su madre Maika, a su prima Gaviota.

–¡Que descansen bien!, nos dicen Angels y Darko.

–¡Muchas gracias! ¡Hasta mañana! –nos despedimos.

Al llegar a la calle del hotel Patrick se da cuenta que han tratado de forzar la puerta de nuestro Peugeot 405, pero por suerte no nos han robado nada. La noche, en el hotel, es muy calurosa. La ventana da hacia la calle Gracia, que tiene mucho ruido, y hay que elegir entre el ruido y un calor agobiante. Elegimos el ruido. Patrick duerme pésimo y se levanta varias veces a observar si alguien se acerca a nuestro auto que se ve desde la ventana de nuestra pieza. Creo que no duermo ni un minuto durante toda la noche. ¡Qué calor! No puedo dejar de pensar en lo que está pasando.

El lunes me levanto sumamente cansada. A la diez llegamos a la oficina de Darko. Patrick dice que se quedará en el auto con Camille, que me deja media hora para despedirme. En la oficina me espera todo el mundo salvo Marcelo. Está Angels, está Maika, la madre de Darko. Sé muy poco de Maika. Me imagino que su divorcio con Boris fue muy doloroso y que por ello cambió de continente cortando todos los lazos. Yo pensaba que la presencia de una persona de la familia de su ex esposo podría haber sido desagradable para ella. Al contrario. Maika se ve feliz de verme, se acuerda de mi madre y me pregunta cómo está. Se ve tan contenta que me animo a conversar con ella.

–Supongo que Darko le ha contado esta historia extraordinaria que nos sucede, le digo.

–¿Qué historia?

Maika sabía que yo venía a Barcelona, pero visiblemente Darko le ha contado lo mínimo indispensable. Con Angels la cosa había sido parecida. A mis amigos en Francia les he contado mis emociones con detalle. Me parece increíble el silencio de mi primo. ¿Por qué? ¡No puedo entenderlo!

Le hago en diez minutos un rápido resumen de la historia. También llega Gaviota, la saludo, pero no converso con ella. Después llega Nivia, la hija del segundo matrimonio de Maika. Pasa el tiempo, Patrick y Camille me esperan. Darko y Angels bajan a saludar a Patrick, debo rogar a Patrick que nos tome un par de fotos con mi primo, después de todo este viaje fue por este encuentro. La verdad es que no hemos hablado casi nada, pero igual nos despedimos con mucha emoción.

Al partir me quedo con una sensación confusa entre alegría y malestar. Todo ha sido muy extraño. Darko ha hablado poquísimo. A pesar de ello, sé que para él fue un momento importante. Sentí que estaba feliz de nuestra visita, también yo me siento feliz, siento como si una parte de mi misión estuviera cumplida.

Bajo el calor agobiante de mediodía, tomamos rumbo a Girona y Banyoles. El camino a Banyoles es corto, pero se me hace larguísimo; estoy muy cansada y muy confusa, no soy capaz de pronunciar ni una palabra. Patrick y Camille se dan cuenta y con gran gentileza respetan mi silencio. En uno de sus mails, Darko me hizo un comentario en un tono de reproche hacia su hermana, porque ha enviado muchas cartas a su padre, cartas a las que este último nunca ha contestado. Para Darko es absurdo desear comunicarse con un padre que aparentemente no quiere saber nada de sus hijos. A pesar de eso, Darko desea que yo vea a Ana, se nota que lo desea de verdad. Por mi parte, aunque sienta curiosidad de conocerla, al mismo tiempo me digo que es absurdo desviarse con ese calor, que ella no quiso venir la noche anterior y que entonces no hay razón para que yo vaya hacia ella. Es una familia muy extraña, me lo dijo mi madre, nadie me obligó a meterme en esto, pero ya no puedo echarme atrás, Ana debe estar esperándome.

Al cabo de un momento llegamos por fin al hermoso lugar donde nos ha dado cita, el bar “La Carpa” con vista a un lago. Me siento pésimo, creo que por segunda vez en mi vida tengo una jaqueca, como esas que tiran a la cama a mis hermanas por días enteros. Desearía estar en mi casa y olvidar todo esto.

Después de estar quince minutos sentadas, en mesas casi vecinas, por fin nos reconocemos.

–¿Ana?

–¿Maribel?

Nos abrazamos, se le llenan los ojos de lágrimas. Patrick y Camille se van a caminar dejándonos solas.

–Perdona que no haya venido a Barcelona. Ayer Darko fue muy duro conmigo en el teléfono y he pasado el día llorando. Me daba vergüenza que me veas en ese estado. Tampoco quería hablarte por el teléfono con la voz quebrada. Estoy feliz de que hayas venido.

Yo había visto una foto suya en la pantalla de mi computadora. Su rostro me había encantado, emanaba de él algo muy particular que me llega de manera aún más fuerte ahora que estoy junto a ella. Me parece fantástico estar en este minuto a su lado y todas mis reticencias se desvanecen en un instante. Además Ana es encantadora y comunicativa por todo lo callado que es Darko y, con Patrick y Camille lejos, me siento completamente libre.

–Dime Ana, supongo que Darko te ha contado todo sobre la manera como lo encontré, que te ha contado de nuestras investigaciones sobre Elías, de sus intercambios con Claudette. Que te ha mostrado todos los documentos.

–No, no me ha contado casi nada. Me mostró la foto de los bisabuelos, me contó que tu venías y me dijo que sería bueno que te viera.

Poco a poco me voy dando cuenta con gran asombro que Darko le ha ocultado casi todo lo que ha descubierto a través de mí. Me cuesta entenderlo. Por eso Darko quería que yo viese a Ana, para que le cuente yo. Lo mismo fue con su madre y con Angels, ¿por qué? Que haya callado con su madre lo entiendo. Maika calló a sus hijos todo lo que tenía que ver con la familia paterna. Al divorciarse quemó las fotos y dio vuelta la página, se fue lejos y para ella se terminó. A pesar de eso, Maika mostró que estaba feliz de verme, como agradeciendo que yo diga lo que ella calló. Tengo la impresión de que todos esperaban que la palabra perdida hace veinticinco años volviera a la familia y que Ana lo necesita más que ningún otro.

–Ana, si deseas dame un papel y te dibujaré el árbol que viene de Elías, y con el dibujo trataré de contarte en una hora lo que nos ha tomado meses con Darko comprender.

No vemos el tiempo pasar. He olvidado la jaqueca y el calor. Ana es como una esponja que absorbe cada palabra, cada nombre, cada historia. Su emoción es grande. La mía también, aunque de manera diferente. Yo vivo esta historia como alguien que la observa, con mucha atención, pero desde fuera. En cambio, ella está en pleno centro de la trama. Le cuento que estoy planificando ir a Punta Arenas en diciembre. Que su prima Claudette, que vive en Santiago, vendrá conmigo, que Darko se quedará en Barcelona. Le sugiero la idea de venir con nosotras.

–No te digo que sí, pero tampoco que no. Me lo dice y me mira.

Y veo en sus ojos que comienza a soñar. Ana está entrando en esta historia, ¿vendrá? Qué emoción en pensar en su encuentro con Claudette. ¿Quién sabe si logrará conocer a su medio hermano Pedro?

Ana me cuenta de la vez que habló con Pedro por teléfono y que le dijo que era su hermana, que tenía una hermana. Como él la tomó por una loca, o pensó que era una broma y le colgó. Me cuenta de las cartas a su padre sin respuesta. De las fotos y videos que ella le ha enviado. De su soledad. Tiene cuarenta años. No ve a su padre desde los catorce y no logra entender lo que pasa. Ha sufrido muchísimo, pero ha crecido. Ahora tiene la fuerza de enfrentar las dificultades y de luchar por recuperar lo que ha perdido. Ella no pierde la esperanza de reencontrar algún día a su padre.

–Maribel, antes yo era como Marcelo y Darko. No sabía expresar mis emociones. No sabía comunicar. Aprendí a hacerlo porque mi marido me lo enseñó. Se enfadaba conmigo porque yo no hablaba. Él venía de una familia numerosa. Hacían fiestas todos juntos. Yo me quedaba callada. Cuando logré expresarme fue tan fantástico que me liberé. Ahora sé decir y gritar lo que siento, mis hermanos no. No te puedes imaginar lo que es tener dos hermanos con los que no puedes hablar y una madre de un carácter fuerte que usaba como método el castigo del silencio. Cuando se enfadaba pasaban días enteros en los que ella no nos hablaba. Me liberé tanto que ya no fui la misma y entonces me separé de mi marido. Tengo un hijo suyo de diez años que se llama Víctor y que me llena la vida de alegría.

–Se me ocurre que Darko no ha tenido hijos por toda esta situación de la familia, ¿qué piensas?

–Sí, todo esto es muy triste. Marcelo y Darko no tienen hijos, pero es peor. No desean saber nada de niños y no desean saber nada de mi propio hijo, sufro mucho por ello. Menos mal que Gaviota trata de ayudarnos.

Ana me dice que Gaviota se interesa en la sicología transgeneracional, o algo por el estilo. Pienso que Gaviota sigue una pista excelente. Gaviota aún no sabe de la fuga y del naufragio de Elías, de la ceguera de José, de la muerte de Carlos José. Puros abandonos. La historia de Darko, Ana, Marcelo, Pedro y el padre me parece muy complicada, pero yo estoy llena de esperanza. La luz que está llegando a estos personajes a través de la amistad y sabiduría de Gaviota y de la memoria que les llega a través de mí podría llevarlos algún día a un reencuentro. En el caso contrario nada de esto tendría sentido. Dios mío ¡cuánto lo necesita Ana y cuántos deseos tengo de ayudarla!

Patrick regresa de su paseo, es hora de separarme de Ana. Nos despedimos con mucha emoción.

En ese momento no sabíamos, que un mes más tarde, una embarcación de turistas franceses de tercera edad se hundiría en el lugar mismo que fuera el cuadro de nuestra conversación con Ana. Se hundiría allí mismo como para recordar que la muerte puede llegar así, de manera completamente inesperada, congelando los silencios y los conflictos para siempre. Aún es tiempo de reunir lo separado, de romper los silencios. Las cosas hay que hacerlas cuando están aún a nuestro alcance. Nunca sabemos cuánto tiempo se quedarán donde están.

En el trayecto de noventa minutos hacia Port la Nouvelle me quedo en silencio. Trato de pensar en lo acabo de vivir. Me cuesta mucho. Dejaré decantar un poco, veré después. De verdad me encantaría saber lo que piensa Gaviota de todo esto. No nos conocemos, a penas nos vimos en la oficina de Darko, pero estoy segura de que nos entenderíamos bien. Me gustaría verla, intercambiar nuestras impresiones, pero ¿cómo hacerlo? No tengo su dirección y jamás hemos cruzado una palabra.

El día de mis siete años nos subimos a un avión y dejamos Punta Arenas para irnos a vivir a Iquique.

Iquique queda 3.700 Km. al norte de Punta Arenas y a 330 Km. al sur de la frontera con el Perú. Es un pequeño puerto que, en 1957, contaba con unos cincuenta mil habitantes. La ciudad está situada entre las faldas de la Cordillera de la Costa y el Océano Pacífico, en una franja de terreno muy estrecha, de algo así como cinco kilómetros en su parte mas ancha. Alejándose de Iquique, por el borde del mar hacia el norte o hacia el sur, este espacio es aún mas reducido. Si se toma el camino que sube por la Cordillera de la Costa se llega a la planicie de la Pampa del Tamarugal, a unos mil metros de altura. En la pampa hay aguas subterráneas gracias a las cuales crecen algunos tamarugos y sobreviven algunos pueblos. Mirando desde la pampa hacia el este, se percibe a lo lejos la Cordillera de los Andes, que en esa zona culmina a unos seis mil metros. Antes de las cimas está el rico altiplano. Al sur de la Pampa del Tamarugal se encuentra el maravilloso Desierto de Atacama, con sus paisajes lunares de piedras que no han sido movidas desde hace millones de años, y donde, un observador atento y sabio, reconoce a los meteoritos caídos. Las riquezas minerales de la pampa y del desierto son inmensas, el salitre y el cobre son los mejores ejemplos.

Las provincias del norte actual de Chile pertenecían en el siglo XIX a Perú y Bolivia. En 1879 hubo una guerra terrible, conocida como la Guerra del Pacífico, que enfrentó a los tres países. Esta guerra había tenido su origen en la lucha por dominar la zona salitrera, que estaba siendo desarrollada por capitalistas chilenos. Uno de los libros de Claude Michelet, Pour un arpent de terre, tiene como tela de fondo esa guerra. Aprendí gracias a ese libro, y de manera muy amena, muchas cosas que ignoraba. Leí con espanto, que en esa época, en América del Sur, las guerras no tenían nada que envidiarle a las guerras en Europa. Que fue una guerra terrible. En esa guerra, Chile salió victorioso y ganó a Perú y Bolivia buena parte de su Norte Grande (eso sí que lo sabía). Iquique era antes una ciudad peruana y aún hoy en día sus avenidas más importantes conservan hermosas casas con arquitectura peruana. Entre fines del siglo XIX y los años treinta del XX, la ciudad había vivido una época de gran riqueza, gracias al salitre. De aquella época son los elegantes edificios que rodean su plaza principal. La decadencia comenzó cuando la fabricación del nitrato de amonio a partir de amoníaco sintético, inventado por los alemanes durante la Primera Guerra Mundial, remplazó definitivamente al producto natural. Las oficinas salitreras sufrieron mucho con la crisis de los años treinta. En los años cincuenta la crisis fue definitiva, la cesantía y el malestar social eran grandes.

Se esperaba que la búsqueda de petróleo, que se iba a iniciar con la llegada de los equipos de la Enap a la región, pudiese traer a Iquique parte de la prosperidad perdida. No fuimos los únicos puntarenenses en llegar, muchos de los colegas de mi padre también lo hicieron con sus familias.

Capítulo III.1 BARCELONA

Agosto 1998

En un e-mail que escribí a mi padre, con copia a Darko, le decía que yo deseaba ir a Costa Brava. Mis padres tienen una casita, con una vista hermosísima al mar, en un lugar que se llama Costa Brava y que queda entre Viña del Mar y Concón, al norte de Valparaíso en Chile. Darko creyó que yo hablaba del Costa Brava cerca de Barcelona y me preguntó inmediatamente si pensaba ir a visitarle. Su reacción me dio a entender que una visita de mi parte sería bien recibida, era la primera vez que tocábamos el tema y estuve feliz que fuese él el primero en hacerlo. La verdad es que la idea de conocerle de verdad me tienta mucho. Resulta que estas vacaciones, al igual que los años precedentes, estoy invitada a pasar unos días en Port la Nouvelle en casa de Yvonne, la madre de mi gran amiga Jeanne. Port la Nouvelle queda cerca de la frontera con España y la frontera está cerca de Barcelona. Es el momento de pensar seriamente en un encuentro. Parece fácil decirlo, pero de verdad sólo lo parece. Pienso que Darko es un ser complejo y temo que un encuentro desequilibre la frágil comunicación que existe entre nosotros. No es lo mismo comunicar por carta o por correo electrónico que estar frente a frente. Por esta razón yo no había ni abordado el tema. Presiento que nos va a costar hablar y que correremos el riesgo de que toda la magia de nuestra relación epistolar desaparezca como por encanto. A pesar de este temor mi deseo de conocerlo de verdad es fuertísimo.

Por otro lado, en caso de ir a Barcelona, será con Patrick o no será. No es que la idea de viajar le interese particularmente, pero como es generoso, es capaz de hacer el trayecto sólo para darme en el gusto. Que sea generoso no significa que tenga un carácter fácil, al contrario. No sólo a los Mátković les cuesta comunicar. Hay que saber llevarlo, respetar sus silencios, entender sus gestos, adivinar lo que piensa. No siempre logro hacerlo bien y ha sido así desde el día en que lo conocí. No puedo quejarme ya que fue justamente ese rasgo algo misterioso de su carácter que hizo que me interesara en él. Eso y su silueta inconfundible de fumador de pipa. Cuando lo conocí, ya era inseparable de su pipa de tabaco negro, que lo acompaña siempre como una amiga, protegiéndolo del mundo exterior, aislándolo detrás de una sutil cortina de humo.

Hasta ahora mis intercambios con Darko han sido directos, sin el temor de lo que un tercero pueda opinar. Sé que la presencia de Patrick en este encuentro, de por sí difícil, no va a simplificar en nada las cosas, ¿pero qué hacer? No es que Patrick no esté de acuerdo con lo que hago, o que yo le oculte alguna cosa, no. Simplemente actuar bajo su mirada o hablar cuando sé que él me está escuchando no es lo mismo. Su sentido del ridículo difiere fuertemente del mío y algunas actitudes mías, que a mí me parece natural tenerlas, pueden ser una verdadera tortura para él. Como muchos maridos, él se siente responsable de lo que digo o hago como si yo fuese parte de su propia persona. Evidentemente esta actitud de su parte hará que esté cohibida y complicada, ¡pura mala suerte! Si no me decido a ir a conocer a Darko este verano, y con Patrick, es posible que no lo haga nunca y siento que está escrito, que debo hacerlo. Por el momento debo comenzar por obtener que Patrick esté de acuerdo con la idea de ir a Barcelona, eso tampoco está ganado de antemano. Haré lo que pueda, en todo caso, quien nada intenta nada logra:

–Patrick, estaría feliz que cuando vengas a Port la Nouvelle aprovechemos para ir a Barcelona, me gustaría muchísimo conocer a Darko ¿Qué piensas?

–Podría ser, dile a Darko que si desea que vayamos debe reservarnos un hotel para la noche del domingo.

En realidad yo me esperaba a que Patrick rechazase la idea de ir, no lo ha hecho, no ha dicho que no. Sólo ha puesto una condición. ¡Esto ya es casi un milagro! Cuando Patrick dice algo así no hay que discutir ni preguntar. Yo podría tratar de reservar un hotel desde acá, pero Patrick ha dicho que Darko debe hacerlo como condición para que vayamos a verlo. Que así sea. Al día siguiente escribo un e-mail a Darko diciéndole que Patrick está de acuerdo para ir a Barcelona si él nos consigue un hotel para la noche del domingo 9 de agosto. Intercambiamos unas pocas líneas y quedamos en una cita telefónica. Darko debe llamarme el jueves 6 por la noche a casa de Yvonne y, en caso de haber problemas, entonces debe llamarme el viernes, entre tanto no tendré e-mail y no tendremos otra manera de comunicar.

La noche del martes 5 de agosto viajo en tren a Port la Nouvelle dejando a Patrick y a mi hijo Camille en casa de mis suegros. Justo antes de subir al tren tenemos una disputa. Cuando estoy nerviosa o apurada me cuesta aún más respetar su sensibilidad. Espero que el enojo no nos dure, si no, el viaje a Barcelona podría resultar un verdadero desastre. Con Patrick nos queremos y respetamos, pero nuestras relaciones no siempre son simples.

Yvonne es viuda y durante el año vive sola en la ciudad de Carcassonne. Durante las vacaciones abre su pequeña casa de la playa y, para la alegría de todos los que la quieren, recibe con los brazos abiertos a quien desee venir. A pesar de lo pequeña que es esa casa siempre hay un lugar donde instalar al que llegue. Yvonne es muy cariñosa y para mí es un placer enorme disfrutar del calor de su compañía y de lo agradable de su conversación. De verdad nos llevamos muy bien. No es la primera vez que voy. Sé, que como otros veranos, pasaré momentos deliciosos. La casita está a cien metros del mar y el único trabajo que tendremos será vivir en función de la playa respetando el ritmo de las comidas y del sueño de los tres pequeños hijos de Jeanne cuando ellos estén con nosotras. Jeanne está separada hace poco más de un año. Es una hermosa mujer, alegre y muy dinámica, que logra conciliar, no sé cómo, un trabajo interesante y exigente, con las tareas de ser madre ejemplar para tres hijos pequeños y llenos de vitalidad, ser dueña de casa y, como si esto fuera poco, darse tiempo para salir, viajar y divertirse. La amistad que nos une, aunque relativamente reciente, es suficientemente fuerte como para saber que podemos apoyarnos mutuamente en todo momento. Conocer a Jeanne ha sido para mí una de las mejores cosas que me han sucedido en los últimos años. Nos queremos como hermanas y es la primera vez desde que vivo en Grenoble que tengo una amiga tan cercana.

Yvonne y Jeanne siguen desde el primer día con mucho interés lo que está pasando. Conocen perfectamente mis deseos de ir a Barcelona.

–¿Vas a ir a ver a Darko?, pregunta Jeanne impaciente de tener novedades.

–No es seguro. Debo esperar un llamado suyo y él debe decirme si nos ha logrado reservar un hotel.

–¿Te llamará a casa?

–Así lo espero, si no se le olvida. Patrick llega el viernes y tengo que tener la respuesta antes de que llegue. Sé que parece absurdo, Jeanne, pero la única vez que hablamos con Darko no fue fácil. Los silencios eran interminables. Las palabras no venían.

El jueves por la noche Darko llama, muy serio, dice lo esencial, que no ha tenido tiempo de reservar el hotel, pero que me llamará el viernes. La verdad es que me cuesta dar a entender a mis amigas hasta qué punto este encuentro me inquieta. Tampoco se lo he dicho a Patrick, si se lo digo tal vez él decida anular el viaje a Barcelona. Mejor callarme.

El viernes Patrick llega con Camille. Darko vuelve a llamar ¡Qué alivio, nos tiene reservado un hotel! Le digo que llegaremos a Barcelona por la tarde del domingo, me dice que lo llamemos a la oficina cuando lleguemos, que nos esperará allí. Me parece extraño, si un pariente viniese a verme a Francia, y además en un día domingo, yo le diría de venir a casa, o le daría cita en un lugar típico en el centro de la ciudad. Bueno, nos veremos en su oficina un día domingo por la tarde.

A las dos de la tarde del domingo llegamos al hotel que Darko nos ha reservado. Antes de llamarlo vamos a la Rambla a buscar donde almorzar. Hace muchísimo calor, algo así como 35 grados. Por fin, como a eso de las cuatro de la tarde, lo llamo desde una cabina pública. Quedamos en que debemos estar a la seis en su oficina. Dice, que si tenemos suerte, su hermano Marcelo, que es muy reservado –por no decir arisco– debería venir. La idea es que venga sin saber que estaremos allí, de saberlo seguro que no vendrá, que esa es una de las razones de desear que vayamos a su oficina, que Angels, su esposa debe venir y probablemente su hermana Ana.

A pesar del calor optamos por caminar. No es la primera vez que estamos en Barcelona. Camille conoce la ciudad aún mejor que nosotros ya que ha ido varias veces en viajes de estudios. Él tiene diecisiete años y está en plena adolescencia, pasando por crisis de independencia como es propio de su edad. Ha crecido mucho en poco tiempo. Me da gusto verle. Es alto, y como es muy delgado, parece aún más grande de lo que es en realidad. De niño era muy apegado a mí. Ahora aparentemente no, pero encuentra aún normal que él esté en el centro de mis preocupaciones. Estoy segura que el hecho que mi mente esté tan ocupada con está historia de familia lo desconcierta. Es como si descubriera con inquietud que yo puedo tener una vida propia con intereses que no tienen nada que ver con mi papel de madre. En cierto modo la crisis de independencia es mutua. Él vino a Barcelona porque no tenía otra posibilidad.

Barcelona es una ciudad que se visita con placer. Entre el barrio gótico, con sus hermosos edificios y sus calles estrechas y oscuras, debido a la increíble densidad de altas casas grises pegadas unas a otras, las atrayentes plazas de diferentes épocas, el puerto y su monumento a Colón, no falta qué admirar. Caminamos sin parar a pesar del calor tórrido y de ser la peor hora del día. Me duelen los pies, tengo una sed espantosa, pero no es el momento de quejarse. Sé que tanto para Patrick como para Camille, que deben estar igual de cansados que yo, la idea de conocer a mi primo no les interesa para nada. No han dicho nada en contra, pero sé, que si han aceptado hacer el viaje sin protestar, es porque sienten que es muy importante para mí. Caminamos entre las cuatro y las cinco y media, hora a la cual nos sentamos en un café cerca de la oficina de Darko a tomar un refresco y a esperar la hora de la cita.