sábado, 15 de diciembre de 2007

Capitulo I.8 Punta Arenas, Darko, Elías

Creo que lo más fantástico de Punta Arenas eran los cumpleaños. Esto merece ser explicado con lujo y detalles. Las mesas para los “tés” eran impresionantes, siempre llenas de bocadillos salados y miles de maravillas dulces entre los cuales los infaltables suspiros de monjas. Eso sin contar con la decoración, sorpresas y juegos como se hacía en esa época por todas partes. Las maravillas dulces lo eran de verdad. Después de haber viajado y conocido otros países creo que las recetas de tortas de Punta Arenas eran de verdad las mejores del mundo. Eso tiene una explicación. Por un lado está la mezcla de orígenes diferentes que trae consigo todos los secretos de las recetas de cada cultura. La variedad era grande. Por otro lado está que los inviernos eran largos y fríos y que una buena manera de entretenerse era en la cocina. Cuando yo era niña, mi madre y las tías pasaban invitándose unas a otras a tomar el té. Ellas rivalizaban en imaginación e invención tratando de hacer los mejores dulces y todo tipo de exquisiteces para tratar de sorprenderse mutuamente. Se puede imaginar lo que veinte años de esa práctica puede producir. Mi receta preferida en ese entonces era la de los negritos. Los negritos son una mezcla de los brownies norteamericanos a los que se les pone una taza de nueces, por encima manjar blanco (muy empleado en Chile y conocido como dulce de leche en otros países) y merengue blando a la italiana. Para decorar un poco y perfumar, si uno lo desea, se puede agregar polvos de canela por encima del merengue. Mi madre hacía los negritos y muchas delicias más. Yo conozco algunas de sus recetas. Una de sus recetas, la torta de nueces, que me toma cuatro buenas horas en confeccionarla es mi preferida. Cuando la he hecho en Francia mucha gente me ha dicho que es la mejor torta que han probado en su vida. Yo les creo. He decidido que la receta de esa torta es un secreto de familia. La verdad es que mi madre aprendió a hacer esa torta de una gran amiga suya. Tía Pupy murió muy joven y no creo que su hija sepa hacer la torta de nueces. A ella sí que le daría la receta si me la pide algún día.

Los intercambios con Darko se multiplican, hablamos de nosotros y de nuestras vidas. Cuando le digo que sé muy poco de su abuelo me cuenta que él lo recuerda a penas. Que era muy pequeño. Que recuerda que tenía muchos libros en Braille, y que cuando le pedía a su abuelo que le leyera, Darko veía como, al leer, iba pasando los dedos por el papel.

Tenemos diferentes temas. Uno es, a partir de los datos de Filo, tratar de ubicarse en los mapas y encontrar el Lastva donde nació Elías. Otro es ubicar todas las referencias a Mátković en Internet. Otro es ubicar Mátković en las guías telefónicas. Por allí Darko descubre unas referencias a dos películas del cine mudo chileno en las que los textos son de Mateo Mátković, nuestro tío abuelo. Son unas películas sobre la historia de la Patagonia, hechas en 1920 y 1921. El título de una de ellas es “Esposas certificadas o casamientos por poder”. Suponemos que esa película cuenta la historia de las Bracianas que venían destinadas a casarse a tal o a tal otro colono. Así debería haber sido el caso de nuestra bisabuela si no se hubiera fugado con Elías. Pero un tema que vuelve siempre es el de nuestros recuerdos de Punta Arenas:

Sábado, 30 de mayo

¡Hola Maribel!

La verdad es que en estos últimos tiempos a mí también me han entrado ganas de volver a Magallanes. Yo nací en el 61, en Concepción. Mis hermanos que son mayores que yo, son de Santiago. Pero todas las vacaciones íbamos a “veranear” a Punta Arenas. Pasábamos un par de meses en la casa de los abuelos maternos y al acabar el verano, de vuelta al “norte”, o sea al centro de Chile.

Creo que no te lo he contado, pero los abuelos maternos, que vivían en Castro (Chiloé) se fueron de colonos a Punta Arenas hacia 1920-25, cuando el Gobierno de entonces hizo una campaña para llevar habitantes allí. “Derecho de tierra”, o algo así le llamaban, y pagaban salarios dobles a quien se radicara allí. La última visita que yo hice puede haber sido el 72. Cuando se es niño se tiene una menor conciencia del paso del tiempo. Parece que las cosas han sido siempre como son, y no somos demasiado conscientes de los cambios que se van produciendo. Ese último año, no obstante las cosas habían cambiado, pero eso ya es otra historia. En cualquier caso y en definitiva, un cierto día fue el último que estuve en Punta Arenas, sin saber que quizás ya no volvería más.

Yo recuerdo el Estrecho, y los restos de algún viejo barco de madera varado en la costa. Un año, en Tres Puentes había pingüinos en la playa. Recuerdo el Fuerte Bulnes, y el Puerto del Hambre. Recuerdo los campos solitarios e inmensos. Y el viento, ...ese viento inmenso de Magallanes que no cesaba de soplar.

Sé que las cosas habrán cambiado mucho. Son ya 25 años, y una visión diferente de la de entonces. Unos primos míos maternos que estuvieron hace poco por aquí, que son de Punta Arenas y viven en Santiago, como ya casi todos ellos, dicen que ya no nieva como antes, que ya no hace el frío de antes...

Lo cierto es que hace un par de meses tomándome un café en el bar de la esquina, de pronto, como un relámpago, tuve una inspiración: “algún día tendré que volver a Magallanes”.

Hasta pronto, prima Maribel.

Darko

En la época en que mi madre y mis tías-tías eran solteras, el sueño de todas las jóvenes era que el príncipe azul llegara a buscarlas a Punta Arenas. Seguramente los varones partían a hacer estudios a la capital y la especie masculina en edad interesante que se quedaba allá era más bien escasa. Nunca me lo han explicado así, pero es fácil adivinarlo. Todos los arribos de ingenieros, militares y de varones, en edad interesante y de todas las actividades susceptibles de traerlos, eran seguidos con mucho interés.

Mi tía Neva, la segunda mujer, fue la primera de las tres hermanas en casarse. Se casó con el militar de sus sueños que la llevó a vivir a Santiago tiempo después.

Mi madre, que era la mayor de las mujeres, tuvo que esperar un poco más. Un día, de la gloriosa época de la búsqueda del petróleo en Magallanes, llegó de Santiago un ingeniero joven de todo gusto de mi madre. Él tenía buena facha y era bastante delgado. Ella no se atrevió a mostrarse con sus ochenta kilos de tortas repartidas en su metro setenta y tres de estatura. Incentivada con la perspectiva que se le presentaba hizo un régimen acelerado milagroso y logró impresionar a mi padre en las pistas de esquí de Punta Arenas. Se casaron pocos meses después. Entretanto ella había recuperado con creces los kilos perdidos, se casó con noventa kilos y fueron muy felices. Recién casado con mi madre, la Corfo lo envió a estudiar por dos años a Estados Unidos. Mi madre se quedó embarazada de mi hermana Ana María que nació en Boston en 1946. Ella es gringa, no es patagona como Sonia y yo. En vez de engordar con el embarazo Anita adelgazó tomando muchas ginger-ales. Cuando mi madre regresó a Chile en 1947 había perdido treinta, de los noventa kilos que pesaba, y mi abuela le preguntó qué le había hecho el ruso, que decía que era mi padre, para hacerla adelgazar de esa manera.

Eugenia, la hermana menor de mi madre lo hizo aún mejor: se casó con un francés de verdad. De la unión de tía Eugenia con tío Jean tengo cuatro primas hermanas francesas. Tío Jean tenía todas las cualidades juntas: no sólo era francés e ingeniero, además era artista. Pintaba cuadros preciosos, sabía cocinar, hacer muebles e incluso demostró que era capaz de confeccionar una falda plisada, muy a la moda en esa época. Los maridos chilenos decían que el ejemplo de tío Jean era muy malo para ellos y lo bautizaron como “el enemigo público número uno de la gente masculina”. La verdad es que el ejemplo de tío Jean dejó sus marcas. Mi hermana mayor, que tenía sólo tres años cuando mi tía se casó, a los siete decía “cuando sea grande seré médico y me casaré con un francés”. Mi hermana es médico y vive en Francia, mi cuñado es ingeniero francés, como el marido de Eugenia. Parece que yo quedé marcada por mi hermana...

Punta Arenas era un lugar mágico, pero lejos de todo, y los jóvenes necesitan conocer el mundo y sueñan con partir. Mi tío Juan fue el único de los hermanos que se casó con alguien de la región de Punta Arenas. Con tía Nevenka tuvieron un hijo, que es el único de mis primos hermanos con pura sangre croata. Cuando Antonio tenía cinco años sus padres se trasladaron a Santiago, pero eso no impidió que más tarde se interesara en la historia de la familia y en la del pueblo croata. Logró aprender el idioma y hoy es el único de los primos capaz de hablarlo y escribirlo. Después de crecer y estudiar en Santiago terminó casándose con una puntarenese y regresó a instalarse en su tierra natal. Anita había tenido otro hermano. Tío Raúl murió ahogado a los diecinueve años en las playas de Cartagena, en la zona Central de Chile.

En Grenoble, cuando llegan los días miércoles trato de almorzar con Christian y sus amigos. La primera pregunta que me hacen cuando me ven es sobre las novedades de la semana. Siguen con atención cada una de las etapas de esta aventura que estoy viviendo. Compartí con ellos la emoción que tuve al saber del naufragio de Elías. También comparto con ellos la emoción de mi encuentro cibernético con Darko.

–Vas a tener que escribir un libro, dice Christian.

–¡Estás loco! No sé escribir, no sería capaz de hacerlo, además no tendría tiempo para una locura así.

Creo que ellos se entretienen de verdad con lo que me está pasando. Lo mismo sucede con mi amiga Jeanne y con Yvonne. Ellas siguen con interés esta historia desde la semana que pasamos juntas en nuestro refugio y en la que compartimos la lectura de los libros de Michelet.

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